Llegado este punto de mi existencia, en el que veo cercana mi entrada en el Reino de los Cielos, me acuerdo de mi vida y hago un repaso de ella, una extensa vida, llena de alegría, tristeza, triunfos y fracasos, pero sobretodo, de saberme cumplido mi objetivo en la vida terrenal.
Nací en una pedanía oriolada, que hoy ya no es tal, sino municipio, llamada Pilar de la Horadada, el 16 de abril del año del Señor 1904, a las 11 de la mañana en una casita de la plaza de San Pedro muy cercana a la casa del cura. Mis padres Pedro y Juana, habían tenido antes que yo tres hijos más, mi hermano Onofre, mis hermanas Josefa y Juana y tras mi nacimiento llegó el benjamín, Antonio. Fui bautizado en la Iglesia Nuestra Señora del Pilar de mi pueblo por el cura Don Ligorio Seller, bajo la atenta mirada de la imagen de la Virgen del Pilar de los talleres murcianos de Salzillo que marcaría una importante cicatriz en mi vida.
Para el verano de 1908 nos trasladamos a la costa de mi pueblo a una casa que se llamaba y se llama “La Horadada”. Me causó una honda impresión en mi vida ver por primera vez el mar, la grandeza y la hermosura del Mar Mediterráneo marcaría así mismo también el devenir de mi vida.
Tiempo después, mi padre Pedro Sánchez, vería en el diario XXX un anuncio con la venta de una casa, la casa donde voy a morir: “Buenos Aires”. Mi padre compró esa casa y se hizo arrendatario del señor Conde de Roche para llevar sus tierras.
Desde que era muy pequeño siempre me interesó las artes y las letras y una de las personas que me introdujo en las historias y leyendas de mi pequeño pueblo mediterráneo fue María “La ciega” una mujer con una bondad exquisita vecina de mis abuelos José y María.
Mis padres siempre se preocuparon de mi educación y por ello aunque vivía en la Torre de la Horadada nunca dejé de asistir a la escuela de Don Francisco, que estaba a las espaldas de la Iglesia y que cómo decía el gran poeta Campoamor “era más pequeña que un granero”.
Cuando contaba con doce años viendo mis padres mi potencial artístico me enviaron a Murcia y después a Madrid donde ingresé como aprendiz en el taller del insigne escultor José Planes. Tras unos años en este taller me concedieron una beca que aproveché para matricularme en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge. En este período, principios de los años XX, destaqué en modelado y vaciado, aparte de conseguir unas muy buenas calificaciones en Anatomía pictórica en escultura del natural y en historia de las bellas artes.
Tras pasar un tiempo en los talleres castellanos de artes, el duque de Tovar, a quien debo buena parte de mi carrera artística, me encargó en el año 1928 una copia de la Dolorosa de Salzillo de Murcia. Aquí empezó mi carrera como continuador de la técnica salzillesca murciana, tan querida en el sureste español, como después observé.
Mi fama se fue acrecentando, hasta el punto de que contaron con mi criterio para formar parte del Jurado Calificador de las tan importantes Carrozas de la Batalla de las Flores ya entrado en los años 30.
Los años 30…, los tristes años 30. En el año 1936 estalló en España la locura, el sinsentido y la falta de juicio en todos los sentidos. La guerra entre hermanos estaba aquí y yo como un hombre en la flor de la vida, tuve que ir a pelear. Pronto enfermé de pleuresía y me tuvieron que ingresar en el convento de San Vicente de Chinchón, que había sido habilitado como hospital. Mi pensamiento en esos momentos solo fueron para mi familia y para mi pasión, mi vida no podía terminar así, en un lugar remoto, que no era el mío, mi obra no podía quedar sin hacer.
Mi estancia en el hospital me ayuda al ingenio, como modelar las trincheras donde estaban mis compatriotas luchando, o incluso, hacerle un busto al médico que me salvó la vida.
Esta época fue destructiva en todos los sentidos, desde vidas humanas a la cultura de muchos pueblos, y así, sobre todo en los primeros meses de locura, destruyeron, quemaron e hicieron desaparecer cientos de imágenes devocionales y tras la victoria de Franco, empezaron a llegarme cientos de encargos, de todos los lugares del sureste español, para que restaurara imágenes destrozadas, en pedazos, como estaba toda España. Algunas imágenes fueron sustituidas por completo, porque ni siquiera quedaban trozos de las antiguas.
La Virgen del Pilar de mi pueblo fue una de las primeras en inaugurar en su nuevo templo. Esta no la hice después de la guerra, sino que tuve la providencia de reproducirla un año antes de empezar, en la casa de “Los Nofres”, al lado de la Iglesia, de la cual hice dos copias, una de ellas, la que hay en el templo parroquial a día de hoy, que fue un regalo para mi madre.
Mis días en la década de los años 40, los pasaba dando clases en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia, donde recibí el título de profesor interino de modelado y vaciado, aparte de realizando mi oficio de escultor sin prisa, pero sin pausa, trabajando día y noche, para que las imágenes devocionales de todos los pueblos, fueran rehechas para su veneración.
En los años 60, junto a Mariana Baches y algunos pilareños preocupados por la cultura, defendimos con uñas y dientes la restauración de la Iglesia Parroquial de nuestro pueblo, que contaba con más de dos siglos de historia. Incluso me entrevisté con el Director de Cultura de la Diputación, que avaló nuestra postura de la no demolición del Templo, porque hay que decir, los templos no se construyen para las personas, si no para las imágenes.
A pesar de todos nuestros esfuerzos, a mitad de los años 70, la Iglesia fue derribada, no solo por el estado de la misma, cuya ruina había sido acelerada impunemente por algunos elementos, según mi amiga Mariana, la hija del maestro Gratiniano, sino por otros intereses espúreos de algunas personas.
Mi trabajo siguió por los años, y fueron uniéndose a mi taller, muchos aprendices, de los que me siento orgulloso de todos y cada uno, como Paco Liza, Gregorio, Labaña, Manolo Ribera, Pérez Alba o Juanjo Quirós, el más benjamín. Pero del que de verdad siendo orgullo, un orgullo de familia, un orgullo profesional, es de mi sobrino, Onofre Molino, mi mano derecha durante décadas.
Recibí muchos y muchos títulos a lo largo de los años, como la medalla de oro de la Academia Italiana del Arte y del Trabajo; el Laurel de Bellas Artes de Murcia; la medalla de plata de la Sociedad Académica de Educación y de Estímulo de París; etc. Pero del que más orgulloso me siento, es el ser de Pilar de la Horadada, el pueblo que me vio nacer, el pueblo que me verá morir y en el pueblo en el que descansaré por toda la eternidad.
Hoy, viendo la parca tan cerca de mí, repasando toda mi existencia, veo que he cumplido con todos mis objetivos, que toda mi vida ha sido para los demás, para dejar mi impronta en este mundo, para acercar al hombre a Dios.